¿Os acordáis de la frase “Dios proveerá”? O si lo prefieres, “el universo está de tu parte” o “la vida nos trae lo mejor que puede”. Es el mismo concepto.
Dejadme que os cuente una historia, real, que un día leí en referencia a esta frase.
¿Sabéis qué es el canto gregoriano, no? En los años 90 se “puso de moda”. Fueron los monjes benedictinos del monasterio de Silos, en Burgos. Grabaron un disco, bastante rudimentario, y fue un auténtico “bombazo”.
(Acabo de hacer un alto en la redacción de esta entrada para escucharlos, en su página web. Si te apetece, puedes disfrutar de pequeños fragmentos de sus cantos, mientras ahora lees el post.)
En el momento de máxima popularidad, una de las discográficas más famosas de Estados Unidos hizo una oferta a los monjes de la abadía. Les ofrecieron un contrato millonario para grabar un disco, esta vez con todos los avances tecnológicos del momento a su servicio. Los religiosos lo rechazaron.
Los directivos de la discográfica pensaron que los monjes no habían entendido algo y decidieron viajar hasta Silos. Una vez en España, alquilaron un helicóptero para ir al monasterio. Como, lógicamente, en Silos no hay helipuerto, los americanos pagaron una importante cantidad de dinero para adecuar un prado cercano. El negocio que pretendían justificaba la inversión.
Les recibió el padre Clemente con su perenne sonrisa. Los ejecutivos expusieron sus argumentos y el padre Clemente los suyos. Les explicó que su misión no era la música sino la vocación espiritual, que ya habían grabado un disco y que ahora no querían distraerse de sus tareas cotidianas.
Los estadounidenses, viendo que la cosa se ponía peliaguda, recurrieron a la baza económica. Le explicaron al padre Clemente que con su oferta, la comunidad religiosa podría acometer, sin ninguna estrechez, todos los proyectos que tenían pendientes para mejorar el monasterio.
– Si no, –dijo el ejecutivo que parecía más importante– ¿ de dónde van a sacar el dinero ?
El padre Clemente, sin borrar ni un segundo la sonrisa de su expresión, respondió:
– No debes preocuparte por eso, hijo mío… El Señor proveerá.